Opinión

Los enemigos de la Sociedad Abierta

Hace pocos días, me encontré con un viejo libro que había leído hace mucho: «La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper». Sin lugar a dudas es una obra que viene como anillo al dedo en estos tiempos de polarización y desconfianza. Es pertinente aclarar que este libro fue escrito en medio del desarrollo del totalitarismo en el siglo XX; sin embargo, el pensamiento de Popper nos podría ofrecer una idea para comprender las complejidades del contexto político venezolano, donde la democracia se encuentra asediada y las opciones parecen reducirse a extremos.

 Popper nos deja el ideal de La «Sociedad Abierta», un espacio donde la razón crítica prevalece sobre el dogma, donde la libertad individual es sagrada, y donde las instituciones democráticas son el cauce para el cambio y la corrección de errores sin necesidad de violencia. Es una sociedad que abraza el debate, la pluralidad de ideas y la humilde pero poderosa convicción de que nadie posee la verdad absoluta.

 El gran antagonista de esta visión es lo que Popper denominó historicismo, la peligrosa creencia de que la historia obedece a leyes inmutables y que un destino predeterminado nos aguarda. Esta convicción dota a ciertas élites o movimientos de un «conocimiento» superior sobre el curso que debe seguir la sociedad, justificando la imposición de sus visiones y la supresión de toda disidencia en nombre de un futuro glorioso e ineludible. Este historicismo es, según Popper, el terreno fértil para el desarrollo del autoritarismo y el colectivismo, donde el individuo se subordina a un presunto «bien superior» dictado desde otro plano o de otra esfera.

 Cuando un grupo con cierto poder político, cualquiera que sea, se considera poseedor de una verdad única e inquebrantable; cuando descalifica la crítica como traición; cuando manipula o controla las instituciones destinadas al contrapeso; o cuando polariza a la sociedad entre «patriotas» y «enemigos», estamos ante los síntomas de una sociedad que se desliza hacia la oscuridad de lo que Popper llamaría una sociedad cerrada. Aquí, la verdad no es un resultado del debate y la evidencia, sino una herramienta del poder, y la voz del disenso se silencia por principio.

 Esta lectura de Popper adquiere una pertinencia particular en los debates que vivimos a diario. Pensemos en la tensión que emerge tras procesos electorales complejos, donde algunos actores, profundamente convencidos de la ineficacia o ilegitimidad del sistema, abogan por la abstención total como única vía digna. Esta postura, en su versión más dogmática, puede convertirse en una especie de historicismo inverso, una especie de creencia inquebrantable en la inevitabilidad del fracaso y la inutilidad de cualquier intento de participación dentro de un marco imperfecto.

 Pero el peligro real surge cuando esta convicción se traduce en la descalificación, e incluso la amenaza, hacia aquellos liderazgos regionales –como es el caso de Guanarito con Valmore Betancourt–, que desde su propia lectura de la realidad municipal y con una visión práctica de las posibilidades, deciden involucrarse en los procesos electorales. Acusarlos de ser «funcionales al sistema» o «vendidos» por el simple hecho de no abrazar la abstención como única estrategia, es un acto que contradice el espíritu de la sociedad abierta, es un acto totalmente autoritario, con algunos matices de la propaganda totalitaria.

 Esta postura, al arrogarse la «verdad» sobre el único camino correcto y condenar moralmente a quienes exploran otras vías, exhibe resonancias de la mentalidad que Popper combatió. Cierra las puertas al debate honesto, a la experimentación política y a la capacidad de aprender de los errores y aciertos, sin importar de dónde provengan.

 Para Popper, la política, al igual que la ciencia, avanza a menudo por ensayo y error. No hay una «verdad» preestablecida sobre cómo lograr el cambio. La negación absoluta de la participación, y más aun, la estigmatización de quienes eligen hacerlo, ahoga la posibilidad de construir y de encontrar soluciones.

 La obra de Popper no es un manual de instrucciones para una sublevación, sino una constante invitación a mantenernos vigilantes y, sobre todo, abiertos. Abiertos a la crítica, al cambio, a la diversidad de estrategias y, fundamentalmente, a la humilde; pero esencial idea de que nadie, independientemente de su visión dentro de la oposición, posee la verdad absoluta sobre el destino de nuestra sociedad. En esta apertura reside la verdadera fortaleza de la democracia y la genuina esperanza de un futuro mejor.

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